
Patricia Fernández Solla
Cuando las Carmelitas Misioneras me dieron la oportunidad de tener una experiencia de voluntariado en Guatemala, no lo pensé dos veces. Llevaba tiempo queriéndolo. Todo lo que te puedes imaginar antes de ir, de cómo será, no tiene nada que ver con la realidad que te encuentras.
Viajé sola hasta Guatemala, allí las Hnas. me esperaban para llegar hasta San Pedro Pinula en la provincia de Jalapa. Mi labor en principio, puesto que estudio medicina, consistiría en ayudar en la clínica que las Carmelitas Misioneras tienen allí y colaborar a desarrollar los proyectos que financia Prokarde. Y sí, es cierto que ayudé un poco en ese campo, pero lo que no imaginaba es que haría absolutamente de todo, enseñaría inglés a los jóvenes, daría charlas de valores a las chicas adolescentes, jugaría al fútbol con los niños y niñas, haría los deberes con los más pequeños…
Ser voluntario en un país como Guatemala no es difícil. Es cierto que tienes una gran responsabilidad porque ellos esperan mucho de ti, algo que yo no sabía si con 21 años iba a ser capaz de dar, pero allí la gente te lo hace fácil: el amor que te trasmiten, la generosidad, la hospitalidad, la felicidad en lo sencillo…
Si tuviera que quedarme con algo, lo haría con esa satisfacción que te llena por dentro cuando las cosas han salido bien después de mucho esfuerzo. La sensación de haber dejado tu pequeño granito de arena en una aldea y cómo lo sienten cuando te vas. Es emocionante, creo que pocas cosas en el mundo puede superar eso.
Pero lo bonito que fue no significa que fuera fácil. Guatemala es un país que está en vías de desarrollo y todavía necesita mucha ayuda. He podido vivir en mi propia piel la pobreza, la ausencia de lo más básico como la comida o el agua, la escasez de derechos tan fundamentales como la educación, la igualdad y la justicia.
El pueblo llano pide a gritos un cambio y, aunque los gobiernos no lo ponen nada fácil, sus gentes luchan día a día por salir adelante y se merecen mejores oportunidades y una vida más digna. Con una buena educación se podría llegar muy lejos.
Me voy con la motivación de pensar una y mil formas de cómo cambiar esta realidad y con la esperanza de que algún día de verdad mejoren las cosas.
Fue una experiencia increíble, realmente un antes y un después en el camino. Posiblemente el principio de un proyecto de vida.
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