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Cuando las horas tienen nombre


SI LA UNIDAD DE TIEMPO ES LA PERSONA … TRIUNFA LA SOLIDARIDAD  



Para los que vivimos en el llamado “mundo desarrollado” se ha convertido en algo cotidiano no tener tiempo, aún más, está de moda estar estresado. El desarrollo nos comporta que nuestras agendas estén repletas, cuando estamos llegando a un lugar ya estamos pensando en salir hacia otro, no disfrutamos del lugar ni de las personas con las que estamos porque deberíamos estar en otro lugar, deberíamos estar haciendo otras cosas con otras gentes o programando próximos eventos. Por supuesto, cada vez se nos hace más difícil vivir con plenitud el momento presente y vivir a aquellos con el que nos toca compartirlo. A menudo los días de descanso semanal o de las vacaciones se convierten en un ajetreo sin fin en el que hay que hacer tantas cosas… En este mundo tenemos tanto de todo que hasta nos sobran actividades, citas, trabajo, reuniones, compromisos, dinero… pero frecuentemente olvidamos el ser, el propio y el que se construye cuando se dedica “tiempo” al Otro.

Este ritmo vertiginoso nos sumerge en una vorágine de la que es difícil salir, el torbellino de imágenes, objetos, acontecimientos, citas, placeres, espectáculos… en que se ha convertido la vida en este nuestro “Primer mundo” resulta que nos está impidiendo desarrollar lo verdaderamente fundamental de la persona, nos está llevando a dejar en segundo término lo básico, estamos permitiendo que el tener aflore por encima del ser.  

Pues bien, en el llamado “Tercer Mundo”se pueden descubrir personas que en su vida de misión trabajan y viven a un ritmo diferente (y nada tiene que ver con el hecho de la latitud). Son mujeres y hombres que trabajan y viven teniendo como unidad de tiempo La Persona. Su quehacer cotidiano lo marca un reloj diferente, la convicción  que la unidad de tiempo que  rige su vida no es la hora no deja de interpelarnos.  Para aquellos que han decidido poner su vida al servicio del otro,  para aquellas personas que viven “descentrados” de su ser, la unidad de tiempo que rige sus vidas no está dividida en minutos y segundos, sino en seres humanos. Ellas no saben de horarios, ni de hora de comida o de cena, ni de tiempo para reuniones, ni de horario estricto para la liturgia… cuando en la puerta unos nudillos reclaman la atención siempre hay alguien que está dispuesto a atender y a escuchar, siempre hay alguien que sabe descubrir lo Divino en cada persona que llega, sea la hora que sea y venga como venga.  

Se trata pues, aún en nuestro mundo, de levantar la barbilla y ver más allá de nosotros mismos. Sólo de esta manera seremos capaces de descubrir al Otro en su plenitud y sabremos hacernos solidario con él, aparezca cuando aparezca, venga como venga y sea como sea. Sólo así seremos capaces de descubrir las necesidades que tiene aquel que está muy cerca de mí, lo descubriré entre los que viven en mi misma ciudad o barrio, entre los que trabajan conmigo, en mi familia,… Y sólo así, por opción, porque quiero dedicar mi tiempo triunfará la solidaridad, solamente cuando viva convencido que “Ser” o “hacerse” solidario con alguien o con alguna causa, no es simplemente dar una ayuda sino que supone comprometerme y compartir la suerte de aquel con quien me hago solidario desde el momento en que le miro a los ojos, le descubro como persona y me descubro yo en él, desde el momento en que las horas que rigen mi tiempo dejan de ser una simple unidad repleta de actividades, y pasan a descubrirse con  nombre propio. Si la unidad de tiempo es la persona, triunfa la solidaridad!

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