
Desde hace algún tiempo le estaba dando vueltas a la idea de emplear mi tiempo para viajar y ayudar a otras personas. Nos acabamos lanzando, mi amigo Alfonso y yo, el pasado verano gracias a las Hermanas Carmelitas Misioneras. Primero, buscamos qué tipo de voluntariado se adaptaba mejor a mis características e inquietudes: como somos profesores, donde más podíamos contribuir era en poblaciones con niños a los que dar clase. Encontramos una escuela grande en Nicaragua y después de un año de charlas y aproximaciones (y unos meses de preparativos), el pasado mes de julio tuvimos al fin nuestra primera experiencia como voluntarios con esta gran Orden solidaria. No todo fue color de rosas, empezando por el viaje de ida. En situación de pandemia, es más complicado aún el viajar a otros países; y si se junta con dificultades políticas y de fronteras, más todavía. De hecho, nosotros no pudimos viajar finalmente hasta Nicaragua, sin embargo, llegamos a Costa Rica donde nos acogieron muy bien, como si hubiese sido el plan desde el principio.
Participamos del día a día de la escuela El Carmelo, situada en los barrios más pobres del sur de San José. La acogida fue extraordinaria desde el minuto uno y terminamos sintiéndonos tan cómodos, como para dar clases, como si estuviésemos en nuestra aula del colegio de Aluche, en Madrid. La hna. Nelly, la directora, fue nuestra mayor benefactora en todo momento, nos hizo sentir como si estuviéramos en casa, alojados en la casa convento en la que convivimos junto a las otras tres hermanas Carmelitas. En la escuela, todos los profesores y en especial las tres coordinadoras, nos apoyaron en todo y dieron vía libre a hacer cuanto considerásemos oportuno en las clases.
En nuestro caso particular, y con mucha fortuna, llevamos material escolar y ropa a una región de indígenas, en Talamanca. Tuvimos la suerte de poder conocer la realidad cotidiana de la tribu Cabécar, algo que incluso muchos nativos ticos no han podido observar nunca. Los Cabécares son una de las etnias indígenas de Costa Rica que ha logrado mantener gran parte de su identidad. Conforman uno de los pueblos con mayor diversidad cultural en Costa Rica, pues practican casi todas sus formas tradicionales de vivencia: poseen medicina natural, danzas, cacería, pesca, tradiciones, cultura, religión e idioma propios. Esta experiencia no nos fue baladí y la aprovechamos cuanto pudimos. El encuentro nos resultó sumamente enriquecedor y le damos gracias a la profesora Hilda, al antiguo profesor y colaborador Bernal y el antropólogo Rodrigo Salvatierra por hacerlo posible.
Ha sido un viaje y una experiencia increíbles aunque no todo son alegrías: debes prepararte mentalmente para las situaciones que puedas experimentar. Hay que estar mentalizado para los caminos imposibles, trayectos que se hacen eternos por el tráfico interminable, para recorrer distancias no tan grandes. Las carreteras, a pesar de ser Costa Rica, un país de lo más desarrollado de Centro América, están en bastante mal estado. El cansancio del viaje, la falta de sueño, el esfuerzo físico… todos estos contratiempos han valido la pena solo por poder vivir una experiencia que nunca se despegará de mi persona y que sé que volveré́ a repetir. Gracias a Hna. Mª Carmen y Hna. Charo por haber hecho posible esta aventura fascinante.
Víctor M. Parra Ramos (voluntario en Costa Rica) y el equipo de PROKARDE.
Si estás interesado o interesada en hacer voluntariado con PROKARDE, no dudes en ponerte en contacto en los correos electrónicos prokarde@gmail.com o secretaria@sienna-otter-387218.hostingersite.com.
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