
María Peurach y Patricia Fernández

Hasta este verano, sólo había viajado dentro de mi país, Estados Unidos, y a España. Siempre he tenido muchas ganas de visitar otros países, y me parece fascinante conocer culturas diferentes. Me alegré muchísimo cuando mi prima me preguntó si quería pasar un mes con ella y con las Carmelitas Misioneras en Perú. Además, estoy estudiando “Relaciones Internacionales” en la Universidad Northwestern University, en Chicago, así que pensé, en vez de sólo estudiar cosas de otros países, ¿qué mejor manera de aprender que experimentarlo yo misma?
Estuvimos la mayoría del tiempo en Nuevo Chimbote, en la provincia de Anchash. Allí está el Colegio Fe y Alegría Nº 14. Los colegios de Fe y Alegría se dedican a educar y asistir a los niños más pobres.
No había carreteras asfaltadas, todo era arena. Nos quedamos con cuatro Hermanas. Una es la directora, pero todas colaboran, de algún modo, en el colegio. Las Hermanas no pudieron ser más amables. Estaban pendientes de todo, siempre preocupadas por nosotras, ofreciéndonos iniciativas para que tuviéramos una buena experiencia. “Con confianza,” nos decían siempre. Querían que nos sintiéramos como en nuestra casa, y sí que lo sentimos.
Pronto nos dimos cuenta de una gran cualidad de los peruanos, son unas personas muy amables. Todo el mundo saludaba siempre a todos con amabilidad. Los niños, profesores, padres, todos nos saludaban y frecuentemente con un beso. Eso fue una de las cosas más sorprendentes.
Nuestro trabajo era dar tutorías a los niños sobre autoestima, “bullying” (acoso escolar), y de sexualidad a los más mayores. Nos dijeron que muchos de los estudiantes tienen problemas familiares; padres que les habían abandonado, padres trabajando en países extranjeros, problemas de abuso, etcétera. Como los niños en todas partes, algunos prestaban más atención que otros. Pero cuando veíamos que realmente habíamos llegado a un niño o niña, que habían aprendido algo o que les habíamos ayudado a tener algún tipo de esperanza, a pesar de cualquier problema que tuviera, era una sensación invalorable.
También trabajamos con el grupo de jóvenes “Jucami,” Jóvenes Carmelitas Misioneras. Ayudamos a hacer y vender “chocotejas” (un tipo de chocolate) para ganar fondos para la organización.
Las Hermanas y los profesores querían que nos sumergiéramos en la cultura peruana y nos ayudaron para que fuera posible. Uno de los días, por sugerencia de las Hermanas, cuando terminaron las clases de los niños, fuimos a la ciudad de Trujillo, donde visitamos las ruinas de los Chan Chan, una civilización antigua. Probamos todo tipo de platos típicos, como el ceviche. Fuimos al mercado por la mañana, muy temprano, para conocer todos los productos locales y vimos muchas frutas que no hay en nuestros países.
Ya ha pasado un mes desde que estoy de vuelta de Perú. Seguramente, esta experiencia me afectará para el resto de mi vida. Aunque siempre oímos que la vida tiene más valor que las cosas materiales y los lujos, realmente lo aprendí durante ese mes. También, ayudar a otros es probablemente lo que más felicidad nos puede traer.
María

El pasado verano, de nuevo gracias a Prokarde, tuve la suerte de formar parte de un proyecto de cooperación en el pueblo pesquero de Chimbote, Perú.
Tras mi experiencia pasada en Guatemala, el sentimiento de unión hacia Latinoamérica y mi interés por conocerla y ayudarla al progreso (por poco que sea) aumentaron.
Gracias a las Carmelitas Misioneras y esta vez acompañada de mi prima María, nos colamos en las aulas del Colegio Fe y Alegría, un proyecto que desarrollan las Hnas. Carmelitas junto con los Jesuitas y que se basa en centros dedicados a la educación y desarrollo de niños y adolescentes de los barrios periféricos de las ciudades con dificultades sociales, familiares y económicas.
Nuestra labor se basó principalmente en charlas a los chicos y chicas sobre autoestima, superación, tolerancia, sexualidad. Temas que quizás eran menos tocados en las aulas pero básico en nuestra forma de ver para mejorar la vida de estos niños.
También hubo tiempo para la diversión, jugamos al baloncesto, nos enseñaron sus bailes tradicionales, hicimos colectas benéficas vendiendo las famosas chocotejas… en definitiva, nos metieron en sus vidas y nos sentimos realmente acogidas, no me sentí en ningún momento una extranjera, sino una más entre ellos.
Al vivir por un mes, su día a día con sus realidades y compartiendo todo con sus gentes humildes pero enriquecedoras, conocí en mi propia piel sus dificultades. La clara situación de desigualdad y desequilibrio que se vive en el país, sus dificultades económicas por culpa de políticas y empresas que se llevan las riquezas sin aportar nada en el pueblo. También pudimos conocer aspectos menos positivos de sus gentes como es el machismo notable extendido como algo natural y el poco valor que todavía se le da a la mujer.
En definitiva, una verdadera experiencia de vida que da pie a la reflexión y al optimismo de no perder la esperanza de que gracias a organizaciones como Prokarde y a las Hnas. Carmelitas se puede lograr poco a poco un gran cambio.
Patricia
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