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2010: Campo de Trabajo Perú

Nuevo Lima

Perú… un viaje que ha removido mi conciencia y mi corazón.

En Perú hay mucho por hacer,
la situación no se puede cambiar de un día para otro,
pero el esfuerzo vale la pena y se puede
conseguir mucho con muy poco

Olatz Azurza (San Sebastián)

Apenas ha pasado una semana desde que finalizamos la experiencia y regresamos a nuestros hogares. Hemos estado un grupo de 12 voluntarios con dos hermanas europeas que nos han acompañado y otras muchas que nos han acogido, guiado y protegido en todo momento. Por eso, lo que cuento a continuación está escrito así, a bote-pronto, sin la sabiduría que aporta la perspectiva del tiempo ni la templanza del grupo.

Perú… pero sobre todo el Biavo y sus riberas me traen al recuerdo unos paisajes mágicos pintados con colores imposibles, olor a caña de azúcar y pollo y una brisa cálida al tacto. Más allá, donde comienzan las aldeas, la música de la selva suena sin descanso y la gente continúa sus tareas… Esta es la postal, la huella sensorial… Pero el viaje, más que nada, ha removido mi conciencia y mi corazón… Es difícil contar en dos palabras lo que ha supuesto este viaje para mí, pero lo más importante sin duda ha sido el testimonio de la gente. ¿Cómo lo puedo explicar?

La realidad de las personas en este rincón del mundo, en general, es dura. Las marchas diarias al río a por agua, la volatilidad del suministro eléctrico donde lo hay y un sol implacable hacen del día a día una tarea ardua. Los puestos de salud, sin médicos profesionales y con precios desorbitados… perpetúan las prácticas tradicionales… Por otro lado, el escaso acceso a la educación (en general, de mala calidad) estrecha los horizontes de vida y aspiraciones de sus pobladores. Y ante esta perspectiva, la carga del sufrimiento, se marca especialmente en las mujeres: jóvenes mamás y esposas sumisas en una cultura marcadamente patriarcal…

Sin embargo, esconden un gran tesoro: su carácter. Lejos de lo que cabría esperar la alegría brota a cada instante en sonrisas gratuitas. Y al mirar a la gente, al estar con ellos, las necesidades básicas, pasan a segundo plano, porque sus ojos reflejan ilusión junto al cansancio, empeño junto al dolor. Es la mirada de gente humilde pero digna, que lucha en silencio por su vida y por la de sus familias y vecinos. Tienen un sentido de comunidad que les lleva a olvidar sus limitaciones personales y a confiar en el grupo. Son poblaciones que después de la dura etapa del terrorismo, empiezan a florecer y a caminar con el apoyo las hermanas Gloria, Charo e Ingrid.

Hay mucho por hacer, la situación no se puede cambiar de un día para otro, pero estas comunidades demuestran (en contra de lo que se nos cuenta en occidente) que el esfuerzo vale la pena y que se puede conseguir mucho con muy poco.

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