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2008: En el altiplano de Bolivia

Ricardo López de Goikoetxea

Soy padre de familia, vivo en Villava (Navarra) y me dedico a la enseñanza. Acostumbro últimamente a pasar un mes de mis vacaciones en algún lugar, llamémoslo de «misión», tratando de hacer alguna cosilla en favor de personas con algún tipo de necesidad. Esta vez en el mes de julio estuve en Oruro (Bolivia). La Hna. Mercedes Izco de Pamplona me puso en relación con las Carmelitas Misioneras que viven en Oruro. Ofrecí mi colaboración a un centro de discapacitados por lesión cerebral.

Oruro es una ciudad famosa por sus carnavales; rodeada de montículos horadados por minas que han sido explotadas hasta hace nada. Es un paisaje gris e inhóspito para nosotros; frío en invierno, casi a 4000 m. de altura sientes que te falta el aire. No es tan fácil aclimatarse. Sus gentes viven en la calle, de la venta de artículos variados, verduras y carne de llama; en la calle misma hacen sus guisos y sus comidas, por supuesto sin ningún control sanitario. La vida resulta muy dura para conseguir el pan de cada día, apenas diez bolivianos por día que suponen un euro. La pobreza es evidente en muchas zonas del lugar y causa sonrojo a quienes disfrutamos de una vida más o menos cómoda en estos lugares. El clima y la dureza de la vida hacen que estas gentes no sean muy comunicativas entre si y menos con un extraño; máxime si tus rasgos les recuerdan los antiguos dominadores de la Colonia.

Hay un subsuelo religioso en estas gentes de notable valor, pero su religiosidad es sincretista, mezclan ritos ancestrales de culto a la pachamama con creencias cristianas sembradas en tiempos de la Colonia. Creo que es urgente una evangelización que partiendo de sus sentimientos primigenios trate de asentar el núcleo de la esencia cristiana en la fe en Jesús como Salvador de toda opresión del mal y guía del sentido de la existencia. Es sorprendente el número de casas de religiosos/as que se encuentran en el lugar.

Son cinco las Carmelitas Misioneras en Oruro: una española, Mª Carmen Briceño, y las otras cuatro peruanas; una de ochenta y dos años que es toda ternura —la Hna Celina—, otra recién enviada al lugar que trataba de acostumbrarse al frío, Pilar, Grotty, la directora de un Colegio de Justicia y Paz, y Mariveld,  delegada de Catequesis en la diócesis.

Yo conozco en Pamplona a las Hnas. Carmelitas Descalzas, pero no sabía nada de las Misioneras. Ha sido grande mi sorpresa de verlas esparcidas por todo el mundo y también en Bolivia. Me llama la atención su espíritu teresiano enraizado en los quehaceres más diversos. Me proporcionaron un habitáculo y su acogida en Oruro fue de brazos abiertos; me consideraba un hermano entre ellas. De las cosas más bellas que compartía con la comunidad, quizá la que más, eran los ratos de oración en su capilla, sencilla y a la vez cálida a pesar del frío. Con qué sencillez rezaba Pilar con su toquilla al cuello en las peticiones personales: «Señor, tu ya sabes que te quiero». Y es lo único que tenemos que hacer en la vida: querer al Señor, todo lo demás debe girar sobre este centro.

El Hogar donde estuve ayudando estaba regido por una religiosa de Portugalete; me llamó la atención por su entrega a los discapacitados. Eran de todas las edades; la gran mayoría en sillas de ruedas, con un cuerpo maltrecho y con las facultades mentales muy deterioradas, sin posibilidad de habla. Me resultó duro. Recuerdo a Basilio, un joven de 22 años y que en más de una ocasión me hizo llorar, trataba de comunicarse como podía a través de palabras que se esforzaba por escribir. Creo que estas personas nos enseñan el misterio insondable de la vida, ante el que sólo cabe el asombro respetuoso.

Visité también Cochabamba, una hermosa ciudad rodeada de montañas, a menos altura que Oruro, con algunos edificios coloniales y extensos barrios de casitas muy pobres en las colinas, sin luz ni agua. Allá estaban también las Carmelitas Misioneras en su casa tampoco había agua corriente, con un grupo de junioras de distintas nacionalidades, vivas y alegres por demás. Dirigen una guardería, entre otras cosas, que está pasando por apuros económicos. Recogen a niños de la barriada de familias muy desestructuradas; necesitan nuestra ayuda. Si alguien me lee y quiere colaborar ya directamente, ya apadrinando a algún niño, póngase en comunicación con la Hna Mercedes Izco a través de Prokarde. Es un grito de socorro.

Quisiera concluir estas líneas con una idea clara: merece la pena dedicar un tiempo de tu vida a los «menores» de la tierra. Si eres joven o no tan joven tienes una oportunidad única de ofrecerte para algo bello en la vida.

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