Alfonso Mera – Sacerdote

En estos lugares, Dios toca el corazón herido por el desencanto,
la indiferencia o la rutina
e inyecta una buena dosis de sentido a la vida
y de ilusión para seguir trabajando por los demás.
Se suele decir que Dios escribe derecho con líneas torcidas. ¡Puede ser! Y si de verdad confiamos en que Él sí tiene que ver en el decurso de nuestras vidas, podemos tener la seguridad de que es Él el que siempre toma la iniciativa.
Nuestra relación con Perú brota de cuatro vertientes: la vida de las parroquias o comunidades cristianas de Soneira, la presencia y labor de las Carmelitas Misioneras en esta zona, la creación de “Cáritas Unidad Pastoral de Soneira” y la inquietud y compromiso cristiano de muchas personas que directa o indirectamente participan en las actividades parroquiales. Son cuatro hechos que van unidos, pero la razón de que el destino de este proyecto sea Perú se define claramente por el acercamiento que de la realidad peruana, y de sus gentes hicieron las Carmelitas Misioneras en su paso por Soneira. De hecho ellas, y en especial la hermana Milagros Muguerza, fue la que nos presentó a las Carmelitas Misioneras de Perú.
En un primer acercamiento un servidor tomó el avión para aterrizar en Lima. Además de la Casa Provincial, conocí la comunidad de Villamaría del Triunfo en la que participé durante una semana. Encontré allí a la comunidad de Carmelitas Misioneras con el Juniorado Continental y me sentí rodeado de una Iglesia viva, llena de grupos de trabajo y oración, con un consejo pastoral asesorado por las hermanas, que viven mezcladas entre la gente, el carisma del Padre F. Palau.
Desde el primer contacto, hablamos de las posibilidades de iniciar un proyecto de ayuda mutua entre las parroquias que conforman “Cáritas Unidad Pastoral de Soneira” y Villamaría. Y antes de despedirme de aquella generosa y cariñosa gente y tomar rumbo a Chimbote ya había un borrador. Consiste en cuatro sencillas líneas de actuación:
a) colaboración económica para crear estructura entre lo que destaca la creación de un comedor, una cocina, un baño, una biblioteca, una botica y una pista multiusos (futbito, basket,…);
b) envío de ropa, material escolar, juguetes, medicinas,…;
c) apadrinamientos en varias modalidades ofreciendo esta posibilidad a personas mayores colaborando con 5 ó 10 € al mes y a niños con la aportación simbólica de 1 € al mes;
d) y finalmente facilitar pequeñas experiencias de gente de Cáritas en las comunidades peruanas.
Es un proyecto que no tiene fecha final de ejecución porque el fin específico no es terminarlo (¡no sabríamos cómo!) sino una vez empezado continuarlo y dejar que el amor de Dios se manifieste en cada persona que de una u otra forma participa en él.
Luego de Villamaría tuve la suerte de conocer Chimbote. Algunas personas y lugares me resultaban familiares, fruto del cariño con que las hermanas Carmelitas Misioneras destinadas en las parroquias de Sonería, nos describían estos lugares. También en Chimbote me encontré con otra comunidad de hermanas muy implicadas en la zona. Ellas me acercaron al Colegio “Fe y Alegría”, a sus profesores y alumnos, a los nuevos asentamientos humanos…
El don del sacerdocio me regaló la posibilidad de vivir momentos muy intensos, de ver como Dios nunca está lejos de nosotros, de experimentar que sólo es agradecido el que verdaderamente se siente necesitado, de saber que son muchas las cosas que se pueden hacer y que sin ser grandes pueden ser cruciales en la vida de una persona. Que la pobreza no es no tener, sino no saber compartir, que la mayor enfermedad es la comodidad, indiferencia y autosuficiencia de los que lo tenemos todo, de que existe gente en el mundo que lo está dando todo por amor a Dios y a los demás sin salir en los titulares de ningún telediario ni estar su imagen en la estampa de ningún templo, de que de verdad Dios escribe derecho con líneas torcidas.
He confesado, hablado, escuchado, celebrado, he llorado y reído, cantado y bailado… A través de la gente de estas comunidades, de las hermanas, de las circunstancias de tantos momentos me he sentido interpelado, conmovido; me cuesta decirlo, pero Dios en estos lugares toca el corazón herido por el desencanto, la indiferencia o la rutina e inyecta una buena dosis de ilusión, particularmente a mí para seguir trabajando en el apostolado y ministerio que me ha confiado.
Escribo esta pequeña reflexión en la comunidad de Chimbote, después de haber pasado ya por Villamaría en este marzo de 2007. No vine sólo. Me acompañan seis mujeres de Soneira que están conociendo y viviendo una experiencia que seguro no se podrán callar, siendo así en nuestra tierra de España, la voz de toda esta gente que grita agradecida por el mero hecho de haber querido compartir estos días en medio de ellos.
Siento la necesidad de dar gracias a Dios por la gente que ha puesto en el camino y en la historia de nuestra comarca gallega, pues sinceramente puedo decir que han escrito unas líneas en nuestro diario personal y comunitario que ha quedado marcado y que seguramente con la ayuda de Dios logrará grandes frutos en el corazón de cada uno de nosotros.
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