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2017 Regalitos de Dios

En Malabo (Guinea)

El coche gira a la derecha, se ve un pequeño mercado, pan, bananas, ropa, refrescos, unas casitas de madera con sus tejados de chapas forman la calle, calle estrecha, apenas cabe un coche entre los niños y niñas que van andando,

niños y niñas con distintos uniformes dirigiéndose a sus colegios, otros tan solo llevan una toalla, algunos cargan cubos de agua, cubos usados como bañeras donde los niños saltan como si fueran piscinas,

giramos a la izquierda, saltos entre casas y casas, esas que se llevó el fuego, miradas de fuego en los adultos por la impotencia de sus situaciones, sobrevivir, eso es a lo único que pueden aspirar muchos,

giramos a la derecha, al fondo, entre tanto marrón, del barro, las casas, verde, un gran verde esperanza, ese de la puerta del colegio virgen del Carmen,

en su interior niños que corren, saltan, gritan, juegan…

entre tanta pobreza Dios me guardaba 400 regalitos y sorpresas, hazme una trasera…

filas con niños y más niños… hazme chiquilín… todos me rodean…

niños saliendo de todos lados para abrazar y jugar con el blanquito,

el blanquito se cae con los niños encima, le rompen la cruz,

el blanquito se pone rojito, le agrandan las camisetas dos tallas,

al blanquito le tocan el pelito, le hacen una contractura en el cuello,

profesoras corriendo y riñendo a los niños porque piensan que van a matar al pobre blanquito

pero el blanquito está feliz, contento sabiendo que con el simple hecho de estar allí en medio, quieto, dejando que hagan con él lo que quieran, esos niños, «Mis niños», están sintiéndose especiales y disfrutando lo que uno no se puede imaginar porque están jugando con el blanquito, porque le están prestando un poco de atención, que es lo único que muchos de ellos necesitan…

ahí sentí, cuando las maestras les reñían y los echaban, a pesar del agobio, el
dejar que los niños se acerquen a mi

No puedo terminar de escribir, sin darle las gracias a las Hermanas,

Amparo, mujer que nunca paró de soñar y luchar por hacer de éste un lugar mejor por muchos obstáculos que se le presentaron en el camino,

Cecilia, cercana, gran amiga y con esa mezcla de experiencias que le hacen ser evangelio vivo

y por último la hermana Emilia, que aunque solo convivimos dos semanas, no tuvo nunca reparo en acogerme y mostrarme un rinconcito de Malabo cada día.

Señor, gracias por todos estos regalos, yo ya pensaba que me ibas a dar más de lo que yo iba a conseguir aportar aquí, pero nunca pensé que me fueras a hacer vivir tanto en tan poco tiempo, gracias.

Javier Cabrera (Trigueros – Huelva)

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